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Si no tuviéramos una palabra para decir «amor», «odio», «preocupación», «tranquilidad», ¿podríamos realmente sentirlo? Esa es una de la preguntas que se planteó el lingüista norteamericano Benjamin Whorf al observar que algo curioso pasaba con el lenguaje: nuestras categorías para observar el mundo podrían no ser las únicas posibles.

Lenguaje limitar realidad

Todo ocurrió en un viaje de expedición para estudiar al pueblo y lenguaje hopi. Fue en este trayecto donde se percató de la gran diferencia entre las lenguas europeas y la forma de expresarse de los hopi. Los hopi carecen de tiempos verbales. Centran su atención en los hechos. Si ocurrieron o no, y quien los vio. Por ejemplo, la palabra “wari”, quiere decir “corriendo”. Puede significar “corre”, “corrió”, “ha corrido”, etc.  No importa cuándo sucedió, sino que sucedió en sí y quién lo hizo o quién vió el hecho suceder.

Por lo tanto, podríamos afirmas que los hopi viven en un mundo de hecho, que pueden haber sido vistos o no vistos. En cambio, nosotros vivimos en un mundo de tiempo verbales, calendario y relojes.

Más adelante, se han realizado experimentos que corroboran esta teoría. Por ejemplo, un estudio de esta índole concluyó que los hablantes de habla inglesa y lo de lengua maya tienden a escoger o clasificar objetos de forma distinta. En el experimento, se les pidió a los dos grupos de hablas distintas que eligieran objetos parecidos a una caja de cartón. Los de habla inglesa, seleccionaron objetos con forma de caja, aunque fueran de cristal, plástico o cartón; mientras que, los de habla maya, escogían objetos de cartón, sin importar su forma. Esto se produjo porque la lengua maya da más importancia a los materiales que componen los objetos  que la forma que tienen.

En otro estudio, se entregó un cuento de unas 24 ilustraciones a cinco grupos de niños, cada grupo de procedencias distintas: turco, hebreo, alemán, inglés y español. A continuación, se les pidó que contaran con sus propias palabras la historia que habían visto en imágenes. Se encontró que cada grupo de niños, hacía énfasis en aspectos distintos. Así, los hablantes de turco, español y hebreo,podían más atención e hincapié en describir la acción, mientras que, los hablantes de inglés, describían más el lugar donde ocurría la acción. También había diferencias en los aspectos temporales y en el énfasis en los detalles que rodean a los protagonistas.

Este tipo de estudios, han dado lugar a que sea relativamente aceptado que hay una relación entre la importancia que cada lengua da a determinados aspectos de la realidad y la manera de categorizarla. Esto es como se ha denomindado a la hipótesis que sintetiza estos conceptos: “hipótesis de Whorf-Korzybski”.

Si uno tiene la suerte de hablar una lengua distinta a la materna, sabrá que cambiar de idioma, es literalmente “cambiar de mundo”. Pero no es necesario cambiar de idioma, para darnos cuenta que las palabras sí moldean la forma en que relacionamos algunos conceptos.  Y esto se debe a los discursos y las visiones de mundo que tienen asociados. En ese sentido, la forma en la que nuestro lenguaje describe el mundo, afectaría, no tanto a como vemos el mundo en sí, pero si podemos afirmar que afecta a la manera en que ordenamos categorías y establecemos relaciones entre las cosas.

 

 

Cómo la lengua dibuja nuestro mundo y con él también nuestra personalidad.

 

La lengua nos abre puertas. Sin referirse a las famosas “puertas al futuro” en un mundo laboral, marcado por la globalización, se trata una llave universal para todo tipo de comunicación. A través de ella nos expresamos nosotros mismos, describimos el mundo tal como lo vemos y criticamos o apoyamos sus propiedades singulares. Somos lo que decimos.

 

¿Por qué el cielo ruso es mas azul?

¿Por qué el cielo ruso es mas azul?

 

¿Un inglés piensa diferente a un ruso?
El pensamiento está claramente influido por la lengua que una persona utiliza. Sus límites (en términos de léxico y gramática), muchas veces también representan los límites de su percepción del mundo. Esta visión de un universo más o menos colorido, dependiendo del idioma que lo describe, se confirmó en un estudio del año 2007 en los Estados Unidos. Fueron entrevistados y testados 26 rusos y 24 ingleses y literalmente el cielo sobre Rusia parece ser más azul que en Inglaterra. Donde el inglés utiliza adjetivos para describir los diferentes tonos de azul (“lighter blue”, “darker blue”), el ruso dispone de propias palabras (“goluboy”y “siniy”), por lo tanto también las ordena en dos propias categorías lingüísticas.

 

Las consecuencias de tal proceso se presentan de inmediato: La distinción entre los diferentes tonos de azul aparentemente es más fácil para un hablante nativo de ruso.  Resuelven las tareas con mayor velocidad que los nativos ingleses. Parece que su vista y por lo tanto también su capacidad perceptiva se agudizó con el uso de la lengua rusa. ¿Pero eso quiere decir que los alemanes, los españoles o los japoneses somos todos daltónicos?

 

El componente cultural
“Somos lo que decimos” no es una suposición sacada de la manga porque al igual que se demostró que la lengua influye nuestra forma de pensar, aplicado a la personalidad se presentan semejantes resultados: la percepción de sí mismo cambia, dependiendo del idioma que lo describe.

 

Michele Koven y Susan Ervin demuestran en sus investigaciones el asunto de manera independiente pero utilizando métodos parecidos. En conversaciones con personas bilingües (francés/portugués y francés/japonés) las respuestas a una misma pregunta varían según el idioma escogido como medio de comunicación. Cuando se describen a sí mismas por ejemplo, enfocan diferentes características personales, dependiendo a su vez de las características predominantes en las distintas culturas.

 

Este factor cultural sirve como base para muchos pensamientos críticos. No solamente la lengua sino su alrededor hace que nuestra percepción varíe. Las circunstancias bajo las que aprendemos un idioma influyen sobre la manera en la que sus hablantes se perciben a sí mismos dentro de este ámbito lingüístico. El ámbito geográfico o el modo de vida define la necesidad de denominar aspectos específicos, como las variaciones del azul, pero no impide su percepción. El hecho de hablar solamente un idioma no nos hace daltónicos, ni nos cierra puertas. Ser bilingüe tampoco nos hace tener una personalidad múltiple. Simplemente nos adaptamos a nuestro entorno porque al final de todo el ser humano es eso: un producto de la evolución.